“Tenía una valentía a prueba de cobardes”. La frase punzante de @salcamarena sobre lo que fue la vida y crucifixión de una mujer y ex alcadesa michoacana, María Santos Gorrostieta, refleja y ejemplifija lo que tantas mujeres mexicanas han dado por este país – ¿cuántas van en los últimos seis años?-.
Mujeres que se pierden en el anonimato de sus propias vulnerabilidades cuando la estela de violencia se lleva todo lo que encuentra a su paso, porque la impunidad es el sello con que se hace México en estos días.
“Michoacán es un estado hermoso y grande…”, dice el periodista, ofreciendo las primeras coordenadas por dónde irá su texto. Escrito con información, es una nota esencialmente informativa, si cabe la redundancia. Pero no es redundancia. El texto es compromiso también. Compromiso con la causa emprendida por mujeres que se niegan, como lo dijo la misma Gorrostieta, a “claudicar”. Se debía a una sociedad y a tres hijos “a los que tengo que educar con el ejemplo”, dijo meses antes de morir y tras sufrir dos atentados. Un epitafio que debería acompañar su tumba.
Compromiso para quitar del anonimato la pelea que tantos hacen a diario por la justicia, aunque no encuentren eco.
El texto es información y compromiso, pero también –aunque no se trata de una editorial o un texto de opinión-, explica un profundo enojo. Enojo con las miserias de un Estado y sus funcionarios que olvidaron a esa mujer, y que cuando dejó su cargo fue presa fácil de sus enemigos que la secuestraron, torturaron y asesinaron.
Enojo porque como se sabe en México “la justicia es un asunto para la otra vida”. Y en esa bronca acumulada en 34 letras escrita por el periodista, queda estampada la resignación. La resignación común y corriente que absorbe México. “Y eso quizá”, escribe el periodista para terminar lapidario con su descreimiento sobre una justicia que ni divina se halla.
Tenemos un periodismo que se ha acostumbrado a que la violencia impregne su vida corriente de tinta, imágenes y palabras con crímenes cotidianos. Encontrar periodistas que expresen su frustración ante la arbitrariedad y se sientan inermes, como en vida lo sintió esa mujer que quiso igualdad para un país que se ha olvidado de aplicarla, es un gesto que deberíamos imitar.
No se trata periodismo militante con ideologías, partidos o causas grupales. Simplemente es el papel donde debemos ubicarnos desde la profesión ante el desamparo. Darlo a conocer y revolver en las llagas que genera es el compromiso con el que nos toca vivir. Para lo demás están los propagandistas y los escribas de la bigamia con el poder y la mendacidad.
(Por DF)